Por: Sebastián Guzmán, investigador del Centro C+, Facultad de Ingeniería UDD.
Somos la única especie sobre el planeta que genera basura. Frente a esa paradoja, el mundo hoy avanza —aunque a distintas velocidades— hacia modelos que permiten no solo gestionar, sino revalorizar los residuos como materia prima para sostener nuestros estilos de vida. Pero este desafío técnico es, antes que todo, un desafío cultural.

El cambio debe comenzar en casa. Implica transformar el concepto general que tenemos sobre los residuos, dejar de verlos como desechos y empezar a entenderlos como recursos. Y eso exige romper con una inercia muy arraigada: la de nuestros hábitos. Cambiar la manera en que consumimos y descartamos es complejo, pero urgente.
La clave está en la educación continua y en el fortalecimiento de una infraestructura adecuada que acompañe ese cambio. Porque no basta con querer separar los residuos si no sabemos cómo hacerlo ni contamos con las condiciones para procesarlos correctamente.
El principio maestro de toda gestión moderna es la separación en origen. Es decir, que los residuos sean clasificados desde el momento en que se generan. Pero antes incluso de separar, debemos aprender a reducir. Evitar el consumo innecesario de plásticos y envases es el primer paso real hacia una economía más circular y menos dependiente de los vertederos.
Transformar los hábitos de toda una sociedad requiere al menos tres pilares:
Normativas y leyes que guíen y, a veces, obliguen. Aunque idealmente actuaríamos por convicción, en la práctica los grandes cambios suelen ocurrir cuando hay presión institucional. En Chile, contamos con instrumentos como la Ley REP, la Ley de Plásticos de un Solo Uso (PUSU), regulaciones para residuos orgánicos y la Estrategia Nacional de Residuos Orgánicos.
Educación e información. Para involucrarnos, necesitamos comprender qué ocurre con nuestros residuos, quiénes están detrás de su gestión, cuáles son las alternativas y consecuencias. Muchos aún piensan, por ejemplo, que “los camiones de reciclaje botan todo junto”, cuando en realidad hay procesos técnicos o manuales de separación posteriores. O que “da lo mismo si las botellas están sucias o con tapa”, sin saber que una carga contaminada puede invalidar todo el esfuerzo de quienes sí separaron correctamente.
Infraestructura. Chile aún tiene importantes brechas. Existen regiones donde los residuos deben transportarse más de 600 km para llegar a un lugar autorizado. Los rellenos sanitarios, aunque no ideales, siguen siendo necesarios y más seguros que vertederos ilegales. Sin embargo, necesitamos más plantas de tratamiento, técnicos especializados y permisos más ágiles para proyectos que promuevan el compostaje, el reciclaje y la valorización. Este último tema es muy serio, pues varios rellenos de Chile no tienen más de 10 años de vida útil, algunos incluso deben cerrar en 3 años, por lo tanto, no es irreal pensar que el sistema de gestión puede colapsar, es por ello que debemos entender y aportar al cambio desde ya para evitar estos posibles problemas sanitarios y ambientales.
Hay muchos “mitos” en torno a los “residuos” que debemos derribar y verdades que debemos asumir: la incineración es una de las peores alternativas, pues no recupera el valor de los materiales; y muchos proyectos de reciclaje o compostaje fallan no por falta de voluntad, sino porque no se puede financiar la educación y la infraestructura al mismo tiempo. Avanzar en uno de esos frentes ya es un paso.
Como ciudadanos, debemos comprender estas limitaciones. No para resignarnos, sino para aportar de forma más informada y constructiva, para ello también las empresas y los medios de comunicación deben informar más sobre el sistema de gestión para no caer en “rumores” que solo impiden que avancemos a una sociedad más sostenible. El cambio cultural ya empezó, pero su éxito depende de que cada uno se haga parte.